Lo primero que llama la atención es la figura central, que recuerda a una "menina" de Velázquez reinterpretada en clave contemporánea. El cuerpo se convierte en un espacio ornamental lleno de formas geométricas y orgánicas. El rostro está vacío, lo que sugiere universalidad, anonimato o la posibilidad de que cualquiera pueda ocupar ese lugar.

Los colores intensos —verdes, rosas, azules, naranjas— transmiten vitalidad y energía, casi como un jardín o un carnaval visual. El fondo con estrellas blancas y rosas sobre verde genera una atmósfera festiva y vibrante.

En la parte inferior, los grandes ojos integrados en el vestido aportan un aire místico y surrealista. Parecen vigilar, proteger o abrir una dimensión espiritual en la obra. Podrían simbolizar la intuición, la mirada interior o la multiplicidad de perspectivas.

La obra combina lo barroco y lo pop, con una pincelada expresiva, cargada de movimiento. Más que buscar proporciones realistas, apuesta por el impacto emocional y simbólico, invitando a mirar más allá de lo evidente.

En síntesis, se puede interpretar como una celebración de la identidad femenina, la naturaleza y la energía vital, con un guiño al arte clásico reinterpretado en clave moderna, psicodélica y libre.