La idea era dar protagonismo al fluir del agua, como metáfora del fluir de la propia vida.

Así, en primer plano la obra muestra una serie de narraciones a través de sus detalles, como el agua cristalina fluyendo entre las piedras (como símbolo de un lugar puro en la naturaleza), los helechos junto al agua (símbolo de la resistencia y habilidad), una mariposa (símbolo de pureza y esperanza) o los pinos (que representan la longevidad, la constancia y la fidelidad).

El paisaje se extiende en una sucesión de planos hacia el horizonte, desde el primer plano que compone el cauce de agua donde los verdes de la vegetación son radiantes y contrastados, para ir tornándose cada vez más tenues y azulados en la lejanía.

La pintura representa el cauce del Arroyo de Peñalara, que discurre por la Montaña de dicho nombre, la más alta de la Sierra de Guadarrama de Madrid (España). Para la realización de la pintura se han usado tanto bocetos «au plein air» como fotografías tomadas in situ, para llevar a cabo la obra en el estudio.